Este viaje nos permitirá apreciar la huella de la Antigüedad grecolatina desde un punto de vista diferente del que mantiene el viajero cuando visita los grandes centros griegos y latinos del Mediterráneo.
En Centroeuropa no faltan los yacimientos arqueológicos, pero las huellas de la Antigüedad son sobre todo apreciables en las espléndidas colecciones de sus museos (la Gliptoteca de Múnich, el Kunsthistorisches Museum de Viena, etc.) y en los innumerables edificios públicos y privados que han ido constituyendo sus ciudades durante el Medievo, el Renacimiento, el Barroco, el Neoclasicismo y también el Jungstil. De hecho, a comienzos del siglo XIX los príncipes bávaros quisieron convertir Múnich en la “Atenas de Alemania”, y desde luego Viena ha sido de alguna manera y durante un tiempo la Atenas de Centroeuropa.
Nuestro viaje nos llevará a recorrer, además de yacimientos arqueológicos, Múnich y Ratisbona, las tres ciudades austriacas que son Patrimonio de la Humanidad (Viena, Salzburgo y Graz), la eslovaca Bratislava, y la húngara Sopron (la Scarbantia romana), una bonita ciudad que conserva restos de murallas antiguas, de un anfiteatro y de un mitreo, además de un bien conservado centro histórico medieval, renacentista y barroco. Y por supuesto disfrutaremos de los paisajes de las montañas de Baviera y los Alpes Austríacos.
El viaje estará dirigido por Dña. Mercedes Montero y D. Fernando García Romero, miembros de la Junta Directiva de la Sección de Madrid de la SEEC.
El simbolismo que encierra la mano de bronce romana que empuña una espada con una excepcional águila de dos cabezas de Lucentum (antigua Alicante), hasta hoy la única pieza del mundo romano con un águila bicéfala, sigue siendo un misterio para los expertos, justo cuando se cumplen diez años del hallazgo.
Fuente: EFE | LAS PROVINCIAS 26/04/2015
Del siglo I d.C., esta mano izquierda que sostiene el pomo de una espada ceremonial con el águila bicéfala es la única parte que se conserva de una escultura erigida a un emperador ataviado de militar (se desconoce quién) que se salvó de la refundición de los siglos posteriores, debido, probablemente, a su valor como talismán.
Esta escultura, que lleva el característico anillo imperial con el trazo de un «lituus» (representa el bastón de los sacerdotes augures), debió medir unos 2,2 metros de altura y su excepcionalidad radica en que es la primera y hasta ahora única pieza del mundo romano que incluye un águila con dos cabezas.
Por su incalculable valor y singularidad, ya ha sido exhibida en la Sala del Trono (o de San Jorge) del prestigioso museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia) con motivo del año ‘España en Rusia’ en 2011, y posteriormente también en Assen (Holanda).
Está expuesta en el Museo Arqueológico de la Diputación de Alicante (MARQ), cuyo director técnico, Manuel Olcina, ha afirmado a Efe que la «extravagancia» de este «unicum» (único en latín) está en su exclusividad, sin más ejemplos artísticos de la civilización romana ni tampoco referencias literarias.
Fue descubierta el 23 de marzo de 2005 (un Miércoles Santo) en una excavación dirigida por Olcina y Rafael Pérez Jiménez (arquitecto de la Diputación y responsable de la conservación del yacimiento) al frente de un equipo formado por arqueólogos, restauradores, dibujantes, topógrafos, encargados y peones, aunque los que tuvieron la fortuna de toparse ese día con la pieza y extraerla fueron los arqueólogos Antonio Guilabert y Eva Tendero.
Su aparición supuso una pequeña gran revolución, ya que hay numerosos ejemplos en la cultura romana de águilas (a menudo para presentar a la legión o al dios Júpiter) de una cabeza, pero nunca de dos. Al principio, una parte de la comunidad científica dudó de su autenticidad pero la incredulidad fue dando paso a la sorpresa y a su puesta en valor a medida que avanzaban los procesos de estudio, validación, publicación y comunicación en congresos internacionales.
Los expertos se afanan desde entonces en tratar de descubrir el motivo por el cual el taller donde se fabricó, seguramente en alguna provincia de la actual Italia, Grecia o Turquía, escogió un águila bicéfala, ya que no hay «explicación ni paralelos».
«Al ser el retrato oficial de un emperador, no puede ser una improvisación del artista sino que tiene que querer decir algo, seguramente un mensaje que fue repetido en otras obras que están por encontrarse», ha razonado Olcina. Ante la falta de evidencias científicas que desentrañen la incógnita, se especula que las dos cabezas puedan simbolizar Oriente y Occidente, que representen dos poderes o dos legiones distintas.
Un águila bicéfala protagoniza el escudo de Rusia pero no proviene de los romanos sino en la caída del imperio Bizantino, momento en el que los zares heredaron esta simbología.
Los bizantinos, a su vez, habían tomado el águila bicéfala de los Selyúcidas musulmanes turcos y el único antecedente de este símbolo se halla en la civilización Hitita (dos mil años antes en la misma zona), aunque sin una aparente conexión directa.
De 6.110 gramos, 35 centímetros de largo y 11,2 de ancho, otra aportación de la mano de Lucentum es que el característico gesto de los dedos del emperador, sujetando el pomo de la espada para que la hoja repose en el antebrazo, ha facilitado saber que era precisamente una espada lo que habrían llevado en un principio otras manos romanas halladas con la misma disposición, pero que se han encontrado vacías, como la estatua acorazada de Sancti Petri (Cádiz), del siglo I-II a.C.
Olcina ve «probable» que en el futuro aparezca otra pieza romana parecida, ya que «sería ilógico» que la de Lucentum fuera la única. Mientras tanto, se han hecho dos réplicas exactas, una de las cuales se puede tocar a pocos metros de la original en una de las salas del MARQ, y la otra en el yacimiento, situado en el Tossal de Manises.
La pieza se encontró a un metro de profundidad del Foro y, por los restos de su estrato, se cree que había sido colocada sobre una puerta como elemento de protección y mágica.
«A veces me preguntan qué cosa excepcional me gustaría hallar en mi trabajo, y yo les respondo que ya lo he encontrado», ha relatado a Efe, satisfecha, la arqueóloga Eva tendero, que hace una década tuvo la suerte de ser la persona del equipo que se topó con la pieza cuando, en ese momento, excavaba codo con codo con Antonio Guilabert.
Próximamente tendrá lugar el II Taller de Epigrafía Latina organizado por la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
Las sesiones se celebrarán en el aula Carriazo de la Facultad de Geografía e Historia de la US. La inscripción es gratuita. Los interesados deben enviar un email, indicando nombre y DNI a mlimon@us.es. ¡Plazas limitadas!
21 ene 2015
De forma inesperada, ha muerto el quince de enero, en Sevilla, nuestro maestro, compañero y amigo Máximo Brioso Sánchez. El profesor Brioso era catedrático de Filología Griega de la Universidad de Sevilla, donde había ejercido su fecundo magisterio desde 1975 hasta su jubilación en 2009. Durante casi veinte años, Máximo Brioso fue además director de la revista Habis en su sección de Filología, tras ocupar el cargo de secretario de la misma revista durante otros dieciséis, de modo que Habis, de cuyo consejo asesor ahora formaba parte, fue uno de sus intereses más dilatados en el tiempo.
No es fácil resumir la vida y carrera de Máximo en unas pocas líneas. Nació el cuatro de julio de 1939 en Hinojales, pueblo de la provincia de Huelva cercano a Badajoz y a Portugal, y en Huelva hizo el Bachillerato para luego pasar, en 1959, a Sevilla, en cuya Universidad estudió los primeros años de la Licenciatura, con Agustín García Calvo entre otros célebres profesores. Cursó después los años de especialidad en Salamanca, y allí fue alumno de Martín Ruipérez, Antonio Tovar y Manuel Cecilio Díaz y Díaz; el primero de ellos fue director de su tesis doctoral sobre el himno cristiano primitivo, con la que Máximo obtuvo el doctorado en 1969. En Salamanca conoció a la pintora Pepa Santos, que sería su mujer; tuvieron tres hijos, David, Héctor y Tania, y dos nietos. En la Universidad de Salamanca fue profesor adjunto y luego obtuvo la agregación, trasladándose a Sevilla en el curso 1974-75; en esta última Universidad fue catedrático a partir de 1982. Instalados desde entonces en Sevilla, nunca dejaron Máximo y Pepita de pasar largas temporadas en Salamanca, así como en su casa de Sanlúcar de Barrameda.
Máximo Brioso fue un gran lector, sobre todo de novelas, y aficionado al cine clásico; en sus años mozos, también lo fue al ajedrez. Su personal manera de entender la vida –era poco amigo de oropeles y liturgias; nunca quiso ser emérito, y odiaba ponerse corbata-, junto a la agilidad que siempre conservó, lo conservaban en una especie de juventud perpetua; desde su particular independencia, tanto ejercía (con seudónimo) la crítica literaria como recordaba con ternura, en su siempre elegante prosa, los escenarios y a las gentes de su infancia.
De la inmensa labor académica del profesor Brioso Sánchez nos hemos beneficiado varias generaciones de estudiantes, en Salamanca y sobre todo en Sevilla. Era Máximo un profesor brillante, severo y exigente, uno de los grandes sabios que cimentaron la fama del Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Sevilla. Dejó muchos y buenos alumnos, algunos de los cuales se doctoraron bajo su dirección.
Entre sus publicaciones, que abarcan multitud de aspectos de la literatura griega antigua, destacan las dedicadas al teatro, la novela y la poesía lírica. De la enorme lista de sus trabajos, mencionaré los libros Aspectos y problemas del himno cristiano primitivo (1972), Calímaco. Himnos, epigramas y fragmentos (en colaboración con Luis Alberto de Cuenca, 1980), Anacreónticas (1981), las Argonáuticas de Apolonio de Rodas (1986), los Bucólicos Griegos (1986). De entre sus innumerables artículos, buena parte de ellos publicados en la revista Habis, hay que destacar las numerosas publicaciones sobre la novela y el teatro griegos; de los trabajos que publicó junto a su hijo Héctor Brioso Santos, profesor de Literatura Española de la Universidad de Alcalá, se sentía especialmente orgulloso; en estas publicaciones Máximo abrió, en los últimos tiempos, el espectro de sus intereses, abordando ahora aspectos de Cervantes y la literatura picaresca, entre otros.
Pues las inquietudes de Máximo Brioso no se ceñían a la Filología Clásica, sino que sus abundantes lecturas –casi siempre en la lengua original, pues dominaba varios idiomas- le proporcionaron una cultura literaria sobresaliente. Fruto también de estas inquietudes son las numerosísimas y siempre acertadas reseñas; y entre los, también incontables, capítulos de libro que publicó merece recordarse que siempre se ofreció gustoso a festejar a sus colegas, participando en cerca de veinte volúmenes de homenaje. Seguía Máximo, en estos últimos tiempos, visitando bibliotecas, leyendo, investigando, proyectando y publicando. Su presencia en nuestro viejo edificio, que visitaba con frecuencia, va a ser muy añorada. Qué fríos han quedado estos pasillos.
Rocío Carande
Directora de Habis (Filología)
Universidad de Sevilla
En un nuevo museo se expondrán las colecciones con los alimentos carbonizados por la erupción y encontrados en las excavaciones.
Fuente: ABC – ÁNGEL GÓMEZ FUENTES / CORRESPONSAL EN ROMA | 20/01/2015
La última cena de los pompeyanos está servida en un museo biológico de nueva creación. Se expondrán las colecciones de alimentos carbonizados por la erupción y encontrados en las excavaciones, que actualmente se encuentran en cámaras climatizadas del Laboratorio de Pompeya, como pan, nueces, higos, aceitunas, erizos, restos de pescado, cáscaras de huevo y garo, la deliciosa salsa que en el siglo I después de Cristo tenía en Pompeya uno de los más importantes centros de producción (los romanos también la importaban de Carthago Nova, actual Cartagena).
La extraordinaria importancia de las excavaciones de Pompeya no está solamente en el hecho que la ciudad se haya conservado y nos cuente la vida de hace dos mil años, sino también por haber restituido materiales orgánicos de extraordinario interés científico y en gran parte únicos en el mundo. Esos restos orgánicos son una fuente casi infinita de estudios y análisis científicos que han permitido descubrir aspectos de la vida cotidiana de los antiguos pompeyanos: sus costumbres alimentarias, la cocina, el cuidado por las planas y las eventuales enfermedades que sufrían.
En Pompeya existe un Laboratorio de Investigaciones Aplicadas, creado en 1994 y destinado exclusivamente al estudio de los restos orgánicos y biológicos encontrados en Pompeya: hierbas, semillas, frutas, fragmentos de tejidos, huesos y dientes de animales. Estas colecciones constituirán el Museo Naturalista-biológico, que será uno de los puntos más importantes de la visita a las excavaciones de Pompeya.
El museo dispondrá de casi mil piezas. Numerosos son los restos de interés, como, por ejemplo, el garo ( en latín, «garum»), que era una salsa de pescado, realizada con vísceras fermentadas, que mezclada con vino, vinagre, pimienta, aceite y agua servía para condimentar diversas comidas. En el nuevo museo encontrará también espacio la colección de cuencos de terracota que contienen los colores utilizados por los artistas de la época para decorar las paredes de las ricas casas pompeyanas. Dos millones de euros es el costo de este nuevo museo, sin duda único en el mundo.
A partir del próximo sábado 24 de enero vuelve el ciclo de «La pieza del mes» al Museo Arqueológico de Sevilla con novedades interesantes. Este año no sólo conoceremos mejor las piezas que están expuestas, sino que los investigadores nos descubrirán otras más desconocidas por encontrarse en los almacenes o en fase de estudio.
Para descargar el programa completo pinchar aquí.
La verdadera historia de la erupción es narrada por Alberto Angela en un libro que resume 25 años de investigación
Fuente: ÁNGEL GÓMEZ FUENTES | ABC 11/01/2015
En menos de veinte horas el Vesuvius (el monte exterminador que no es el Vesubio que conocemos hoy, como comúnmente se cree) expulsó diez mil millones de toneladas de magma, centenares de millones de toneladas de vapores y de otros gases a una velocidad de 300 metros al segundo. Se calcula que, en términos de energía mecánica y térmica liberada por la erupción del Vesuvius, equivaldría a 50.000 bombas atómicas de Hiroshima.
En Pompeya vivía Faustilla, la usurera que hasta el último momento persigue a sus clientes exigiendo el pago de los créditos mientras Pompeya se derrumba. Vive Novella Primigenia, la actriz que, tras el teatro, intima con hombres poderosos la noche anterior a la tragedia. Se encuentra allí Apollinare, médico personal del emperador Tito, que en su tour por la provincia visita a la bella Rectina, la aristócrata organizadora, incluso pocas horas antes de la catástrofe, de suntuosas fiestas en su villa al pie del Vesuvius.
Una Pompeya viva
Esta narración de la tragedia de Pompeya la ha hecho de una forma inédita el paleontólogo más famoso de Italia y divulgador científico Alberto Angela en su libro «Los tres días de Pompeya», un best seller en Italia. Durante veinticinco años ha estudiado las excavaciones, con la ayuda de vulcanólogos, arqueólogos, antropólogos y otros investigadores, para restituirnos la imagen de una Pompeya viva, que en su cotidianidad se asemeja de forma sorprendente, por las actividades de sus habitantes y la tipología de los mismos, a una ciudad contemporánea. Se alquilaban carros, existía el agua corriente y la mujer estaba emancipada.
Cuando uno llega a las excavaciones de Pompeya se tiene la impresión de que los romanos acaban de abandonar la ciudad. Es prácticamente el único lugar arqueológico en el mundo que cuenta la vida cotidiana de hace dos mil años. Pompeya parece haberse parado en el tiempo. Como en un filme, Angela nos descubre esas pequeñas cosas que se asemejan a nuestro mundo. En esa cuenta atrás de la tragedia, se comienza a las ocho de la mañana del 22 de octubre del 79 d.C., cuando faltan 53 horas para la erupción, que se produce en otoño y no en verano como siempre se ha narrado. La vida de Pompeya durante tres días la reconstruye Alberto Angela con siete supervivientes que históricamente han existido, con sus nombres y apellidos, a los que sigue paso a paso en un recorrido que se puede hacer todavía hoy por calles, casas y locales públicos.
Plinio el Joven y sus cartas
Nos encontramos así con Plinio el Joven, un superviviente que describió la erupción en sus dos famosas cartas dirigidas a Tácito. Plinio habla de la villa de la citada Rectina perteneciente a la élite romana, que también se salvó, al igual que el joven Aulio Furio Saturnino, miembro de una de las más conocidas familias de Pompeya que hacía negocios con ella. Se salvará Flavio Cresto, un liberto que va a jugar a los dados a un casino de Pompeya. Se salva también Tito Suedio Clemente, inflexible tribuno enviado a Pompeya por el emperador Vespasiano para concluir la revisión del Catastro. Por el contrario, poco clemente fue la suerte con la señora Giocondo: ese día había organizado un viaje a su granja fuera de Pompeya. Su marido, el banquero Lucio Cecilio Giocondo, había recibido a una señora rica en su oficina del Foro para gozar de la vida. Pero su esposa no saldrá ya nunca más de la granja, sepultada por la lava, gas y magma.
Siguiendo los pasos de estos supervivientes se descubre una Pompeya de nuevos ricos, habitada sobre todo por exesclavos, que habían encontrado su nuevo estatus social y económico en el comercio. Era un lugar también de excesos, con una treintena de burdeles, una ciudad en crisis: antes de la erupción se habían producido terremotos y el último había impedido a la ciudad surtirse de agua desde hacía meses.
Un breve lapso de tiempo ha constituido la diferencia entre la vida y la muerte. Quienes eligieron la fuga en las primeras horas desde que se inició la erupción tuvo la posibilidad de escapar. Por el contrario, los que dudaron o decidieron esperar que el Vesuvius se calmara permaneciendo en la ciudad, encontró la muerte. La mayor parte de los habitantes de Pompeya murió, porque ninguno esperaba tal catástrofe, y cuando lo comprendieron era demasiado tarde. El poeta Cesio Basso podría haberse escapado. El propietario del «hotel» donde se hospedaba, Cossio Libano, viendo las primeras nubes elevarse en el cielo, comprendió enseguida la dimensión de la tragedia que se abatía sobre Pompeya y tuvo tiempo para organizar tres carros y salvar a su familia. Ofreció un puesto al poeta Basso, que lo rechazó.
En un radio de 12-15 kilómetros el territorio en dirección a Pompeya quedará bajo un espesor de tres metros de lava. Cambiará la conformación de la costa, sepultará Herculano bajo veinte metros de fangos volcánicos y Pompeya bajo casi seis metros de lava, piedra pómez y cenizas. Pocos habitantes se salvaron, solo aquellos que se marcharon de inmediato. Datos ciertos sobre los muertos nos los hay, pero se estiman entre ocho y diez mil en Pompeya y de tres mil a cuatro mil en Herculano. El primer esqueleto se encontró el 19 abril 1748, y hasta hoy se han descubierto 1.047 en Pompeya y 328 en Herculano. Falta mucho aún por descubrir.
Era otoño y no fue el Vesubio
Entre las muchas «nuevas» verdades que están surgiendo sobre Pompeya, sin duda la más clamorosa se refiere a la fecha de la erupción. En todas las guías y libros se ha señalado el 24 de agosto del 79 d.C. La fuente principal era Plinio el Joven, que lo cuenta por carta a Tácito. Pero la carta original no existe, sino copias realizadas en el Medievo por amanuenses, posiblemente con errores de transcripción. Algunos investigadores, entre ellos Alberto Angela, sugieren otra fecha y estación del mismo año 79 d.C.: la erupción se habría producido el 24 de octubre. Se basan en indicios importantes: las víctimas no llevaban ya ropas de verano, sino de otoño, en algunos casos incluso voluminosas y pesadas. En muchas casas, como por ejemplo la del Menandro o la de los Castos Amantes, se han encontrado braseros para calentarse, lo que sugiere que había temperaturas bajas. Además, se ha encontrado un gran número de castañas, típicamente del otoño, y nueces y granadas, que habitualmente se recogen entre septiembre y octubre. Los arqueólogos han descubierto terrenos agrícolas que producían vino, y la vendimia, que se realiza en otoño, ya había concluido cuando llegó la erupción.
Además del equívoco sobre la fecha, hay otro mito que Alberto Angela aclara. El verdugo de Pompeya no fue el Vesubio como lo conocemos hoy. En la época de Pompeya no era visible. La erupción se produjo en otro volcán que se encontraba en el mismo punto, pero mucho más antiguo: el Vesuvius o Vesbius, hoy monte Somma. Ya fue catastrófico antes de Pompeya. Al menos tres de sus erupciones prehistóricas debieron ser apocalípticas, similares a la del 79 d.C. De una de ellas hay testimonios escalofriantes: restos arqueológicos en un poblado de la edad de bronce, encontrado en la localidad de Nola. Hace unos 4.000 años el Vesuvius tuvo una erupción violentísima.
More information about the skeleton found at the Ancient Amphipolis tomb in northern Greece is to be made public by January 20, officials said on Wednesday.
Culture Ministry general secretary Lina Mendoni made the announcement at the first meeting of the Central Archaeological Council this year. Mendoni stressed that the the date by which tests on the remains would be completed had been set well before snap elections were called for January 25. The Culture Ministry said that scientists would establish the sex, age and height of the person whose remains were found at the Alexander the Great-era tomb. Mendoni added that there may be more tombs hidden in the Amphipolis mound.
El Ministerio de Economía subvenciona un proyecto de investigación de dos excavaciones en Cabra y Almedinilla sobre las últimas poblaciones iberas que resistieron a la colonización del Imperio Romano y que fueron asaltadas y saqueadas.
Fuente: Alfonso Alba | Cordópolis 08/01/2015
Si Goscinny y Uderzo hubiesen nacido en Andalucía, probablemente Astérix no hubiese sido galo sino ibero. Y se habría acabado llamando Viriato. O Sertorio. Y su famosa aldea gala, que resistió heroicamente a la conquista del Imperio Romano, no habría estado al Noroeste de la Galia, sino en la Bética, en concreto en Cabra y en Almedinilla. Allí se localizan dos yacimientos arqueológicos, el Cerro de la Cruz y el Cerro de la Merced, que conservan restos de una especie de dos aldeas iberas fortificadas que durante décadas convivieron y resistieron al Imperio Romano. Hasta que un día fueron pasados a cuchillo y conquistados con un salvajismo inusitado (tanto que se han descubierto cadáveres con miembros amputados y restos de escombros provocados por brutales incendios).
Ahora, el Ministerio de Economía va a subvencionar con 36.000 euros un proyecto de excelencia y de investigación científica para poner en valor e interpretar estos restos de las últimas poblaciones iberas que fueron conquistadas por Roma. En concreto, se financiarán trabajos de análisis y laboratorio que no pueden pagar los ayuntamientos de Cabra y Almedinilla, que son los que hasta ahora están sosteniendo a pulmón la financiación de las excavaciones sobre el terreno.
Según se describe en la memoria del proyecto, hacia el año 150 antes de Cristo, derrotados los cartagineses hacía 50 años, Roma dominaba todo el valle del Guadalquivir, convertido en provincia romana, y avanzaba hacia la conquista de la Meseta y Lusitania. Corduba (Córdoba) o Hispalis (Sevilla) se iban convirtiendo en populosas capitales romanceadas. Sin embargo, en las regiones montañosas de la Subbética, en la Alta Andalucía, zonas extensas de territorio montañoso continuaban bajo el control de líderes ibéricos, y llevando la forma de vida tradicional de sus ancestros. Aunque nominalmente estaban sometidos a Roma, seguían viviendo en oppida (ciudades) y recintos fortificados. Construidos con las técnicas y urbanística tradicionales –que no necesariamente significa primitivas‐, estos poblados muestran la fase crepuscular de una cultura que en un siglo se extinguiría, o mejor dicho, se transformaría en algo muy distinto.
En ocasiones, estos principados ibéricos se enfrentaron a Roma, quizá apoyando a líderes como el lusitano Viriato, quien en estas décadas centrales del siglo II antes de Cristo llegó a adentrarse profundamente en Andalucía durante sus luchas con los ejércitos romanos; o apoyando a alguno de los bandos romanos en las guerra civiles romanas del siglo I antes de Cristo, entre Sertorio y César.
El resultado fue que entre mediados del siglo II y mediados del siglo I antes de Cristo las comunidades ibéricas del sureste de la actual provincia de Córdoba, en la frontera de la antigua Bastetania, fueron derrotadas o forzadas a abandonar su hábitat tradicional, algunos de sus poblados y fortificaciones fueron incendiados y demolidos, y parte de su población masacrada o esclavizada, y el resto obligada a modificar su forma de vida.
Las excavaciones en los asentamientos ibéricos del Cerro de la Cruz en Almedinilla y del Cerro de la Merced en Cabra son una muestra de este proceso de resistencia y asimilación. Hasta el momento, son ejemplos casi únicos en Andalucía y en el conjunto de España por la extensión de las excavaciones y la magnitud de los hallazgos.
El proyecto está dirigido por el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Quesada, apoyado por los ayuntamientos de Cabra y Almedinilla y financiado ahora por el Ministerio de Economía.
El objetivo final es que una vez completados los distintos estudios y análisis sobre lo encontrado en estos yacimientos (muchos casi intactos al ser abandonados inmediatamente después del brutal asalto romano) es poder abrir un centro de interpretación y fomentar el turismo cultural en el interior andaluz, sobre todo en esta comarca de la Subbética de Córdoba.