La piscina climatizada, un invento de la Antigüedad

La influencia griega se mezcla con la originalidad romana en este invento tan actual y, al mismo tiempo, tan antiguo. Cuando acudimos a bañarnos en nuestras piscinas climatizadas, o decidimos dedicarnos un fin de semana de relax en un balneario, estamos sumergiéndonos, en realidad, en una sofisticada invención que nos precede, al menos, en unos dos mil años en el tiempo.

Retrocedamos dos milenios atrás. Nos encontramos en Campania, región del sur de Italia bañada por las costas del mar Tirreno, donde se encuentran las actuales ciudades de Nápoles o Salerno. Esta zona había sido un foco de recepción de colonias helenas, formando parte de lo que comúnmente se conoce como la Magna Grecia. Como tal, había recibido y adoptado el modus vivendi propio de los griegos, con sus usos y costumbres, como fueron, sin ir más lejos, los baños. Ejerciendo una gran influencia en la zona, esta cultura griega se mezcló con la romana en un lento proceso de adaptación. Los influjos del mundo griego se sumaron, en este caso, a las propias condiciones geográficas de la zona, conocida como Campos Flégeros, una extensa área volcánica ubicada a unos nueve kilómetros de Nápoles y en la que abundan las aguas termales naturales hechas gracias a las condiciones del terreno. Estas aguas son todavía visibles hoy día, aunque en menor proporción que en la Antigüedad.

En este contexto vivió, en la década de los 90 a.C., uno de nuestros protagonistas, Cayo Sergio Orata. En estos tiempos, con la república romana dando sus últimos coletazos, la bahía de Nápoles se había convertido en un importantísimo centro de negocios y en un concurrido enclave comercial. Fue, además, el destino de vacaciones favorito de la aristocracia romana de la época, y allí se asentaron riquísimas villas y residencias pertenecientes a las más importantes personalidades políticas del momento. Es el caso, por ejemplo, de Baiae (actual Bayas). Esta ciudad se convirtió en uno de los destinos favoritos de la élite romana, edificándose importantes villas y edificios, muchos de ellos hoy en día sepultados por las aguas.

Era el contexto ideal para las actividades económicas llevadas a cabo con cierta picardía e inteligencia y, si estas daban su fruto, para hacerse de oro de camino. Sergio Orata supo ver perfectamente las oportunidades comerciales que esta coyuntura ofrecía e hizo lo que todavía hoy muchos hacen para enriquecerse: crear una necesidad hasta entonces inexistente. Si hay algo que tampoco cambió excesivamente con el paso de los siglos es el gusto, por parte de las élites sociales, por la degustación del marisco como un producto de lujo y primera calidad; en este sentido, los romanos fueron un claro ejemplo de ello. Aprovechando la alta demanda de las actividades piscicultoras, Orata ganó bastante dinero cultivando ostras a escala local. Conforme crecían sus ingresos engordaba su ambición, y fue perfeccionando sus técnicas: mediante la construcción de presas y canales manejó a su antojo las mareas y prácticamente acaparó para sí el lago Lucrino, dando lugar a lo quePlinio denominó en su Historia natural como «campos de ostras». Estas actividades no pasaron desapercibidas y Orata tuvo que hacer frente a importantes pleitos legales que le acusaban de haber ocupado ilegalmente el mencionado lago para sus actividades comerciales.

«Éste, además, para no someter sus glotones apetitos a los caprichos de Neptuno, se creó mares privados interceptando las olas del mar para sus estuarios y encerrando toda clase de peces en recintos diversos, separados por unos bloques, de manera que ningún temporal pudiera privar a la mesa de Orata de manjares variados. Llenó también de edificios espaciosos y altos las orillas del lago Lucrino, desiertas hasta entonces, con el fin de poder disfrutar de ostras fresquísimas. Pero, cuanto más se adentraba en la usurpación de aguas públicas, hubo de sufrir un proceso judicial con Considio, uno de los granjeros del Estado. Se dice que Lucio Craso, abogado defensor de la parte contraria, dijo en este proceso: “Mi amigo Considio se engaña al creer que Orata, si se viera alejado del lago Lucrino, se privaría de ostras, porque, si no las puede coger allí, las sabrá encontrar sobre el tejado de las casas.”» (Valerio Máximo, IX, 1)

Y tuvo buen ojo Orata a la hora de saber vender su producto. No dudó en calificar a sus ostras criadas en el lago Lucrino como «las mejores en el mercado». Pero además de esto, Orata dio un paso más con una de las invenciones con las que se haría un hueco en la Historia: los llamados balnea pensiles en latín, y cuya traducción literal al castellano sería «baños colgantes». Las fuentes parecen apuntar a que estos baños colgantes son el germen de las futuras piscinas climatizadas, y aunque Orata no haya sido el inventor de estos baños por haber existido antes por influencia griega, sí es el responsable de la comercialización y estandarización de los mismos, creando artificialmente unos baños que la naturaleza ya había ofrecido desde siempre. En estos baños, como si de auténticas piscifactorías se tratasen, Orata criaba las ostras y el pescado con el que luego comerciaría.

El sistema empleado para el funcionamiento de estos baños fue conocido como hypocaustum. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz muestras de hipocaustos anteriores a las piscinas de Orata, como es el caso de Pompeya y sus Termas Estabianas, datadas en el siglo IV a.C. Este descubrimiento, sumado a otros hallazgos también precedentes a los tiempos del piscicultor romano, pone de manifiesto que él no fue el creador del hipocausto, aunque sí parece ser el responsable de su traspaso al ámbito doméstico y privado al convertir sus piscinas en una auténtica tendencia.

El hipocausto o hypocaustum fue también adaptado a las casas convirtiéndose en el origen de lo más parecido a nuestra calefacción. Así pues, fue una suerte de calefacción a través de una cámara de aire. Su funcionamiento consistía en la creación de pilares de ladrillos subterráneos sobre los que se sustentaría el suelo, mientras que desde fuera, un horno produciría los gases y el calor suficiente que, mediante canalizaciones, llegarían a este espacio abierto en el subsuelo de la edificación. Para las piscinas y en las termas, en las cuales se perseguía alcanzar más grados de temperatura, se integraban en los ya mencionados muros una especie de tubos hechos de arcilla a través de los cuales salía el humo. Si Orata no fue el inventor originario, no cabe duda de que al menos debió de ser el artífice del perfeccionamiento de este dispositivo.

No sabemos hasta qué punto estas piscinas de Orata estaban destinadas al baño humano, pues puede ser que estuvieran hechas con el fin de servir como una especie de pequeñas piscifactorías particulares. Sin embargo, lo que parece claro es que más tarde o más temprano este sistema fue adaptado para el uso del hombre. Es aquí donde algunos autores mencionan al médico griego Asclepíades de Bitinia, quien se piensa que, ejerciendo su profesión en Roma, pudo haber adoptado el dispositivo ideado por Orata y emplearlo para sus tratamientos médicos, dando los primeros pasos de lo que hoy llamaríamos balneoterapia.

Como una auténtica moda, nuestro emprendedor se hizo rico llevando estas piscinas al terreno doméstico haciendo gala de una impresionante visión empresarial: era él quien compraba villas, en las que hacía la instalación de sus baños, para después volver a ponerlas en venta por un precio claramente superior al que las había comprado. Tal fue el éxito de su idea, que toda villa romana que se preciase no podía prescindir de estosbalnea. Si entendemos el contexto histórico del siglo I a.C. y, en general, los últimos años de la república, nos resultará más fácil comprender el éxito al que llegó Cayo Sergio Orata: se trataba de una meritocracia exacerbada en la que nadie se podía permitir el lujo de quedar por debajo de nadie, y en este sentido, los símbolos de poder y status social jugaron un papel importantísimo. Aquí es precisamente donde las piscinas de Orata se convirtieron en una demostración más de la capacidad adquisitiva y del poder de sus propietarios.

Esta moda, deplorable para algunos, no pasó desapercibida para los autores que vivieron en esta época. Es el caso de Marco Tulio Cicerón, que acusaba a sus contemporáneos de temer más por la longevidad de sus piscinas que por la de la República (Cartas a Ático, I, 18), que por cierto, no se iba a prolongar mucho más en el tiempo. Cicerón, como bien muchos saben, se caracterizó por su acentuado conservadurismo. No vio nada bien el orador romano este boom que cada vez se iba haciendo un hueco más grande en la ya bastante corrompida sociedad romana. Para Cicerón, Orata fue un auténtico sibarita, empleando el sentido más peyorativo del término; pero lo cierto es que lo único que este inteligente comerciante había hecho era aprovecharse de una coyuntura ya existente.

Vemos, una vez más, el inmenso legado que los antiguos nos han dejado en herencia. Podríamos afirmar sin temor a caer en la exageración que también en nuestras actividades diarias y en muchos de nuestros usos comunes, la influencia del mundo grecolatino ha dejado una impronta de un valor material y cultural incalculable.

Fuente: Naiara Lombao Abelleira para www.temporamagazine.com/

Bibliografía|

  • FAGGAN, G. G., “Bathing in public in the Roman World, Michigan: University of Michigan, 2002.
  • FAGGAN, G. G., “The Genesis of the Roman Public Bath: Recent Approaches and Future”, American Journal of Archeology. Julio 2001, vol. 105, nº 3, pp. 403-426.
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  • MATEO, A., Manceps, Redemptor Publicanus: Contribución al estudio de los contratistas públicos en Roma, Santander: Universidad de Cantabria, 2000.
  • MÁXIMO, V., Hechos y vidas memorables, Barcelona: Edición de Fernando Martín Acera, Akal, 1988.

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